Es mi hijo.
Y quisiera poder ofrecerle una vida mejor que la mía. Que transcurre entre las pocas horas de sueño y las muchas de trabajo.
Me subo al taxi-bicicleta a las seis de la mañana. Y no me bajo de él hasta bien entrada la noche.
Me cuesta dejar mi trabajo porque siempre pienso que habrá alguien más que necesitará que le lleve hasta su casa. O que me pedirá que le acompañe al encuentro de un amigo.
Siempre lo pienso antes de decirme a mí mismo que ya no puedo más, que estoy roto de cansancio y es hora de ir a dormir.
Cuando llego a casa, mi mujer me espera. Pero mi hijo ya duerme. Sólo puedo verlo por la mañana, justo después del amanecer, antes de regresar a mi trabajo.
Paso apenas unos minutos con él, pero es suficiente para sentir dentro de mí el valor de su presencia en mi vida.
Y pienso:
"Si algún día yo lograra ser el propietario de mi propio taxi-bicicleta...
Entonces no debería entregar al dueño la mayor parte del dinero que gano cada día, como hago ahora.
Y, con el dinero ahorrado, podría ofrecerle a mi hijo una buena alimentación. Y tal vez podría ayudarle a obtener una educación mejor que la mía.
Y así, cuando pasaran los años, no debería pedirle perdón por no haber podido hacer más de lo que hice."
Pero sé que ese propósito es casi inalcanzable y que sólo depende de la voluntad de los dioses.
Como sé que no debo pensar mucho en ello porque toda mi energía debe estar concentrada en la fortaleza de mis piernas.
Si quiero evitar que el patrón me amenace con echarme y entregarle el taxi-bicicleta a otro.
Porque, si eso llegara a pasar, yo no sabría qué hacer para llevar comida a mi casa y para proteger la vida de mi hijo.
Pepe Navarro
Hyderabad, India Central