La Tierra suena cuando gira, lo juro: sólo hay que prestar atención, andar con las orejas bien abiertas. Y quien dice las orejas, dice los ojos, las manos, la nariz, la lengua. La vida nos entra a través de los colores, de los aromas, de los besos, de las palabras. A cada segundo: a borbotones. Preparemos el cuerpo, despertemos los sentidos. Si no, la vida se evapora.
No es que esté mal ponerse tapones en los oídos por las noches, porque también es necesario aprender a escuchar el silencio. No es que no se pueda ir por la calle con auriculares, porque la música es a veces la mejor de las conversaciones. Se trata de activar el radar sensorial, porque lo mejor siempre pasa a nuestro lado si estamos dispuestos a captarlo.
Lo que pretendo decir es que la vida es una aventura; y como toda aventura, comporta riesgos. Podemos reventarnos los tímpanos, quemarnos las pestañas, pillarnos los dedos… Aun así, yo creo que vale la pena el riesgo, que la vida siempre nos salva si queremos. Así que, por mi parte, me comprometo a no salir ni un día de casa sin haberme conectado al mundo que me rodea. ¿Y tú? ¿Llevas las orejas puestas?