El feriante de tiro al blanco se instala en un lugar diferente cada quince días. De ese modo recorre, uno tras otro, los barrios más pobres de la ciudad.
La mañana que el chiringuito aparece instalado, los niños lo rodean impacientes y con el deseo pintado en sus ojos.
Quieren tirar, con una escopeta de balines, a la chapa de cerveza que cuelga al final de un cordel.
Si aciertan repiten, si fallan devuelven la escopeta.
El tiro cuesta muy poco, apenas unos centavos de peso. Pero la mayoría de los niños no los tiene.
Y, cuando los tienen, muchas veces los comparten. Para apurar el dinero y doblar la diversión.
Así convierten cada intento es un esfuerzo de dos. Uno apunta y el otro confirma : ahí, ahí… no, más a la izquierda, ya casi, ahora… dale!. Y pum !
Después, felicitaciones y abrazos. O reproches y a ver de quién fue la culpa de que la chapa siga colgando, tan tranquila, al extremo de su cordel.
Y, fuera lo que fuese lo que pasó, el caso es que habrá que ver el modo de conseguir unos centavos más. Para seguir jugando a ver quién tiene mejor puntería.
Hasta la noche en que el feriante desarme el chiringuito, cargue las planchas de metal en un carromato y se marche con las escopetas a otra parte.
Pepe Navarro