“A veces, hay días, el trabajo se alarga y se hace de noche antes de que yo pueda regresar a casa. Y empezar a preparar la cena. Y lavar y tender la ropa en el patio. Y trapear la casa. Y fregar los cacharros. Antes de sentarme, un ratico, frente al televisor y quedarme dormida.
Porque por las mañanas, me toca madrugar. Y preparar los desayunos y dejar casi listo el almuerzo para que, cuando ellos lleguen de la escuela, tengan qué comer.
Así es, ¿ya vio? Mi vida es puro trabajo. Un andar arriba y abajo constante que me tiene sin tiempo para mí.
Hace pues mucho rato que ya no sé lo que es andar de peluquería. Ni tiempo me queda para sentarme tranquila a organizarme las uñas.
Pero sepa usted que nada de todo eso me duele. Es mi vida, la vida de pobre, y ya eso, desde bien chiquita, lo aprendí.
Además, están mis hijos. Que son mi vida, mi alegría. Y, que, esté yo donde esté, siempre están conmigo. Porque los llevo pegados sobre mi piel y adentro de mi corazón. Ellos son todo lo mejor que de verdad tengo. Y por ellos todo lo que hago lo hago con gusto y hasta con amor.
Y, sino, vea, vea… ahora mismo llamo a mi pequeña y le pido que me regale un abracito. Ya verá usted qué pronto viene y qué fuerte me lo da.
Y así usted creerá, sin dudarlo, en todo lo que ahorita le conté”.
Pepe Navarro