En el brazo de tierra que conduce hasta la pequeña isla que acoge la Mezquita de Haji Ali, en Mumbay, se suceden los encuentros con penitentes, místicos, yoguis, santones y gurús.
Personajes singulares y popularmente respetados, que han hecho del carismático lugar su centro de reflexión, de exhibición, de penitencia o de limosneo.
La mayoría de ellos son serios, distantes y hasta esquivos. Permanecen sentados a un lado del camino y pasan sus horas inmersos en su particular meditación, entregados a la oración silenciosa y aparentemente ajenos a las cosas de este mundo.
Aunque no todos son tan silenciosos ni tan distantes.
Conocí a uno, en particular, que disfrutaba alejándose de toda solemnidad. Mirando a los ojos de la gente. Conversando abiertamente de todo.
Y dejándose asaltar por la alegría de los niños de la calle, que siempre circulan, con libertad, desde una punta a la otra del concurrido malecón.
Los niños le conocen y le respetan. Y aman mantenerse cerca de él. Tocarle la cabeza y apoyarse sobre su espalda. Y él se lo permite con una bendita normalidad.
Formando, todos juntos, una imagen de aceptación mutua y de alegría compartida. En el camino al santo lugar.
Pepe Navarro