Fue en Santiago de Cuba.
Sentada frente a la puerta de su casa había una viejita y frente a ella, en el suelo, esta pareja de zapatos. La miré a ella y miré los zapatos. Al punto me dijo:
"Cómpremelos, se los vendo baratitos."
"Señora, discúlpeme, pero ¿qué podría hacer yo con sus viejos zapatos?"
"Lo que usted haría yo no lo sé… pero si usted supiera lo que yo hice con ellos..."
"¿Me lo puede contar? ¿Qué fue lo que usted hizo?"
"Bailé. Bailé con mi marido (que Dios lo tenga en su gloria). Bailé muchas tardes de domingo y muchas noches de sábado. Y también en la casa. Y en el patio. Y en casa de los amigos. Años y años. Con ellos bailé. Con mis zapatos tan lindos. "
"Y ahora, ¿por qué quiere venderlos?"
"M'hijo, pues porque no tengo pa comer."
"¡Vaya! Pues… vale. Se los compro. Pero… ¿no le va a dar a usted pena desprenderse de ellos?"
"Pues sí... claro que me va a dar... y ¡¡mucha!! Pero... ¿qué quiere usted? Así están las cosas ahora. Mi marido murió y a mí ya no me alcanza. Para nada me alcanza."
"No se hable más. Aquí tiene su platita y yo me llevo los zapatos que tantas veces bailaron en sus pies."
"Señor, se equivoca… usted me dio de más… no valen tanto."
"Ni se preocupe. Ande y resuelva. Buenos días."
Y seguí caminado. Con la bolsa de la cámara colgada al hombro y la jabita de plástico con los zapatos dentro.
Fui a visitar a un amigo que vivía en el mismo barrio. Conversamos y reímos. Al rato le pedí que me dejara acceder a su patio. Allí tomé esta fotografía. Unos viejos zapatos (seguramente de la época de Batista) fotografiados sobre el mosaico de una vieja casa colonial santiaguera.
De regreso volví a pasar por delante de la casa de la viejita. No estaba. Había retirado el taburete y cerrado la puerta. Llamé y nadie respondió. Habrá salido a hacer la compra con el dinero que le di, fue lo que pensé.
Así que me encaramé sobre el tocón de un árbol muerto y lancé la bolsa, con los zapatos dentro, al aire.
Describiendo una parábola, los zapatos santiagueros cayeron en el jardín de la señora. Y, de ese modo, fui feliz, sabiendo que regresaban a su hogar y con su única posible propietaria.
Pepe Navarro