Toma es una isla diminuta, habitada por un pequeño núcleo poblacional que, a modo de un ombligo casi perfecto, se levanta en el centro de una laguna.
Es difícil llegar allí en época seca y es prácticamente imposible hacerlo en el período de las lluvias.
Yo he tenido la suerte de poder visitar el lugar en un par de ocasiones. Y, en ambas, he tenido la fortuna de ser muy bien recibido por sus habitantes. Humildes y trabajadores.
He fotografiado la aldea - acompañado siempre por un enjambre de niños - y me he sentado a conversar con los hombres y las mujeres del lugar.
Hemos hablado de sus necesidades y de sus expectativas. Y de su gran sueño de poder tener, un día, una escuela.
En mi última visita me sucedió un hecho formidable: viví la experiencia de ser mirado, muy atentamente, por un niño que jamás había visto a un hombre blanco.
Dejó de jugar con la red de pesca de su padre, se quedó completamente quieto y me miró, entre sorprendido y aterrado.
Casi tan sorprendido como él, y anticipándome a su posible reacción, acerté a tomarle esta fotografía.
Justo antes de que girara la cabeza y, a gritos, reclamara la presencia de su madre.
Que apareció al punto. Y, entre risas y caricias, le tomó en sus brazos y le consoló.
Pepe Navarro, Burkina Faso