Algún día alguien nos va a escuchar.
Y le contaremos que nacimos en un charco de agua sucia. Y que caminamos desnudos bajo los pájaros negros del estercolero.
Que nunca nos importaron demasiado las incomodidades ni el sufrimiento al que nos tuvimos que habituar.
Que aprendimos que ser uno o ser diez no tiene importancia cuando se sabe estar unidos.
Que nos hemos caído muchas veces al suelo y que, cada una de esas veces, nos levantó la luz inagotable de un nuevo sueño.
Porque soñar es nuestro camino más abierto a la esperanza.
Soñamos caramelos rojos. Zapatos blancos y vestidos del color de la miel que vemos en los botes de cristal. Globos de viento elevándose hacia el cielo azul.
Soñamos y sabemos que nuestros sueños nos hablan una verdad.
Nos alimentan de camino por venir y no nos permiten desfallecer. Nos empujan hacia adelante.
La calle por la que caminamos está caliente bajo nuestros pies. El horizonte es una línea de reflejos de sol y casas pequeñas, a las que les hemos puesto un nombre.
Cada nombre, un color y cada color, un nombre. De Amarillo a Babul. Y de Verde a Tanay.
Y así se nos pasa el día mientras caminamos. Jugando a unir medias verdades para formar una sola verdad. Como una bella pintura de forma y de luz.
Que nadie nos puede quitar.
Porque somos niños. Y nuestra capacidad de querer es tan grande como la necesidad de aceptar todo lo que ahora nos falta y no tenemos.
Pero algún día alguien nos va a escuchar. Y se lo contaremos todo.
Despacio. Nombre a nombre. Color a color.
Para que pueda comprendernos mejor. Para que pueda comprenderlo todo mejor.
Y, si tiene tiempo, le pediremos que invente un nombre y que imagine un color. Le diremos que nos gusta mucho que sonría. Y le invitaremos a jugar.
Pepe Navarro