Sed

Sed
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Sed

Beber.

Llegar corriendo hasta la pequeña aldea, entrar deprisa en la cabaña familiar, buscar la media calabaza utilizada como cuenco, destapar la tinaja de barro en la que se almacena el agua que, viaje tras viaje, la madre de la familia ha ido trayendo desde el pozo lejano.

Y beber.

No demasiado porque no está permitido, a nadie le está permitido. El agua es para todos, hay que compartirla, es muy escasa y debe durar.

De vez en cuando, sólo de vez en cuando, con algún resto de agua destinado a ese fin, los miembros de la familia podrán lavarse. No demasiado, sólo lo justo para que las enfermedades infecciosas no castiguen más al ya maltratado cuerpo.

Pero lavarse no es en realidad tan necesario cuando la sed es el mal más importante. El mal que amenaza la salud porque encierra la vida en un círculo de necesidades permanentes que casi nada, apenas la lluvia ocasional, puede aliviar.

Beber poco. Lavarse de vez en cuando. Cocinar los alimentos indispensables.

Sobrevivir.

Bajo un sol implacable, creador de un ambiente de extrema sequedad.

Que quema la tierra hasta despoblarla de vida, vaciarla de esperanza y convertirla en un paisaje solitario y sin sentido.

Pepe Navarro, Burkina Faso