No era sólo que fuera el músico cubano más grande de su generación. Ni que hubiera pasado muchos años sumido en el casi olvido revolucionario, trabajando como torcedor de tabaco. Ni que, pese a su talento, no tuviera más ambición que la de ser recordado “como un libro”.
Era, sobre todo, que te sorprendía su inmensa capacidad de acogida, el modo particular que tenía para conseguir que te sintieras cómodo en su presencia. Su manera de comunicarse, guitarra en mano, improvisando canciones y conversando de su vida. De la mucha vivida y de la mucha que aún anhelaba vivir.
Éstas son algunas de las frases memorables que compartió conmigo:
“Hay veces que saco mis canciones cuando estoy casi dormido… Si no me levanto y las copio enseguida, al otro día digo ¡concho! si yo ayer tenía una idea”.
“He dejado obra para que me recuerden… Y no, como dice el dicho: he pasado por el mundo sin saber que pasé… No… A mí me gusta así: como el ave que soy, que atravesó pantanos y no manchó su plumaje”.
“Así que siempre guardaré mi humildad, haré mis cosas y siento orgullo de haberlas hecho… Pero ese orgullo no me lleva a sentirme el compositor más importante de Cuba”.
Cada vez que escucho las notas de su maravillosa Chan Chan, no puedo evitar sonreír y recordar nuestras conversaciones en su apartamento de Centro Habana, donde se reunía, con sus músicos, a ensayar.
Me daba los buenos días con su voz de trueno, se sacaba un puro del bolsillo superior de su guayabera, me lo ofrecía y me decía "fume, amigo, que el buen tabaco alarga la vida. ¿O acaso no vio cómo me la alargó a mí?"
Pepe Navarro