El apteryx, mucho más conocido como kiwi, es un animal que habita únicamente en Nueva Zelanda. El kiwi es un ave no voladora, del tamaño aproximado de una gallina. Es un ave que, paradójicamente, está muy adaptada a la vida terrestre. Su plumaje está compuesto de unas suaves cerdas que no llegan a ser plumas; tiene médula, así como fosas nasales en el pico, al contrario que la mayoría de aves; y además es omnívoro. Un ave, en fin, que no parece un ave.
Según parece, las características actuales del kiwi se deben a cuestiones evolutivas producidas al ecosistema tan particular en el que han vivido. En Nueva Zelanda, antes de la llegada del hombre (en torno al año 1300), los únicos mamíferos eran los murciélagos. La falta de depredadores naturales hizo con los siglos que, ante la nula necesidad de volar para huir de ellos, sus alas sean hoy prácticamente invisibles y del todo inútiles para su función primitiva.
Deberíamos preguntarnos si con el tiempo nosotros podemos también estar convirtiéndonos poco a poco en kiwis. Está bien ser prudente cuando la situación así lo requiere, pero también hay en la vida ocasiones para atreverse, para arriesgarse, para perder la timidez. Son momentos para usar las alas, para volar. Y es necesario practicar el vuelo con frecuencia, no vaya a ser que, por falta de uso, nuestras alas resulten finalmente inservibles, y acabemos siendo aves que no saben volar. ¿Queremos eso?