Paseaba por La Habana. Caminaba por la céntrica Calzada de Reina, que fue, en tiempos, una de las avenidas señoriales de la ciudad.
Me interesaban, sobre todo, la forma de los viejos anuncios de neón, ya inservibles, los azulejos de las fachadas y la estructura de los grandes y bellos edificios, que el tiempo había deteriorado hasta dejarlos convertidos en un resto de lo que una vez fueron.
En la planta baja de uno de esos edificios - que había sido en su mejor época un cine de estreno - y aprovechando su actual desuso, alguien había montado un gimnasio de boxeo.
Pedí permiso para entrar y me lo concedieron. Me recibió un hombre, pequeño y fuerte, que se identificó como ex campeón mundial amateur en la categoría de peso mosca. Me dijo que la escuela de boxeo la había montado él y que estaba a su cargo.
Su trabajo consistía en formar a niños que quisieran emular a las grandes glorias del boxeo cubano, como Stevenson o Sabón. Para ello disponía - aparte de muy poco presupuesto - de su dedicación entusiasta y de un cuadrilátero improvisado en la que fuera la platea de la sala.
Lona para el piso, cuerdas para los laterales y tacos de madera para salvar el desnivel del suelo. Y una casi completa oscuridad apenas quebrada por la débil luz de alguna bombilla colgada en uno u otro ángulo del cuadrilátero.
La mayoría de los niños eran pobres. Eran muy pocos los que podían permitirse entrenar con unos guantes. Y algunos de ellos entrenaban descalzos porque no tenían calzado deportivo.
Pero su entusiasmo era, a todas luces, muy grande. A una voz de su entrenador, se movían, fintaban, golpeaban al aire, se esforzaban en perfeccionar cada uno de sus movimientos. Tuve la sensación de estar frente a un grupo de bailarines incapaces de detenerse hasta quedar agotados o hasta alcanzar la perfección.
Les dije que quería fotografiarles. Y, todos a una, se plantaron frente a la cámara, me miraron muy serios y alzaron los brazos en posición de combate.
Dada la oscuridad del lugar, fue casi un milagro que la imagen quedara registrada.
Pepe Navarro