Todos tenemos claro que la vida es corta, que no sabemos cuánto durará, y que por eso hay que aprovecharla al máximo, sacarle todo el jugo posible. Pero da la impresión de que muchas veces no hemos acabado de entender bien el mensaje.
Lo vemos a diario: atascos en las grandes ciudades, conductores con prisa que hacen sonar el claxon; ejecutivos que corren por los pasillos de su empresa, que comen en 15 minutos, que llegan a casa entrada la noche, todo para ganar más dinero; padres y madres que casi arrastran a sus hijos por la calle, porque llegan tarde a algún sitio. Y desgraciadamente, no sólo lo vemos, sino que con cierta frecuencia somos el conductor desesperado, el trabajador estresado, el progenitor alterado. Aprovechar el tiempo, ¿es realmente esto? ¿O más bien todo lo contrario?
El tiempo es el gran tesoro de nuestra vida, mucho mayor y más importante que cualquier otro que se nos pueda ocurrir. Y si lo que queremos es ser felices, entonces usemos el tiempo para aquello que nos hace felices. Lógicamente, tendremos obligaciones que cumplir y necesidades que cubrir; pero ni unas ni otras son tantas que no nos permitan, cada día un rato, tomarnos nuestro tiempo. Dedicarlo a lo nuestro: nuestras personas queridas, nuestras aficiones, nuestros placeres. Dedicarlo también, a veces, a no hacer nada: aprender a aburrirse a gusto, ése es un gran reto. Las grandes ideas surgen a partir del aburrimiento.
Gozar de nuestro tiempo, usarlo para nuestra alegría y la de todos. Así permanecerá a salvo nuestro tesoro.