Melchor es un hombre de mediana edad, con el pelo castaño; también son castaños su bigote y su barba. Hace más de un año que está en el paro: no era nada personal, como suele ocurrir, pero en su gran empresa no había sitio para todos. Melchor está triste estos días, porque no es capaz de conseguir ni una entrevista de trabajo. A su edad, se siente como si no supiera hacer nada, como si no fuera útil para nadie. Hoy se ha levantado temprano. Se aburre. Sale de su casa.
Gaspar casi no ha podido dormir. No es que esté enfermo, es que es viejo, y los viejos duermen cada vez menos. Gaspar se jubiló hace unos pocos años, y lo que al principio era alegría por poder disponer de más tiempo libre, se va convirtiendo día a día en una tristeza que tiene que ver con la soledad, con el hecho de sentir que nadie le necesita. Ya no se cuida, incluso ha dejado de afeitarse y por eso luce una larga barba blanca. Gaspar lleva mucho rato despierto, ha desayunado hace horas. Se levanta de la silla y sale de su casa.
Baltasar intenta calentar un poco la casa, pero con esa estufa pequeña, vieja y de poca potencia es difícil. Desde que llegó a este país, es lo que peor lleva: el frío. Bueno, eso y las miradas de algunos vecinos. A veces llega incluso a escuchar los comentarios que algunos hacen a sus espaldas. No les importa que sea trabajador, educado y amable: para algunos siempre será el extranjero, y le miran con desconfianza. Su pelo y barba rizados, su piel negra, parecen ser un problema. Baltasar tiene frío. Se pone un abrigo y sale de su casa.
Melchor, Gaspar y Baltasar se encuentran en la plaza. Se saludan. Ven una luz allá arriba. Imaginan niños y sonríen. Se ponen en marcha.