Se me ocurrió preguntarles, a gritos, si pensaban que era prudente cruzar con el coche el puente anegado por el agua de la lluvia recién caída.
Eran cuatro y estaban lejos. No podían oírme.
Pero eso no impidió que, todos a una y sin mediar petición de mi parte, echaran a correr en mi dirección.
Querían poder escuchar mi pregunta y querían responderla.
Corrían tan deprisa que parecían poder volar sobre la fina lámina de agua en movimiento.
Sentí en mí su fuerza, su generosidad, su inmensa alegría.
Y yo sabía que todo ello venía aumentado por el efecto vigorizante de la lluvia, que permitiría a la gente de su poblado mantener viva la esperanza de una buena cosecha.
Corrían, brincaban y reían, todo al mismo tiempo.
Se acercaban.
Esperé unos segundos y les tomé esta fotografía.
Pepe Navarro
Zona de Kiou, Burkina Faso