El año 2000 abrió sus puertas en Roma el restaurante Girasoli. Aparentemente, es una pizzería como cualquier otra de los cientos que existen en la capital italiana. Pero esta pizzería tiene una característica que la hace diferente de todas las demás y la convierte en única: todos sus camareros padecen síndrome de Down.
El Girasoli nació con el objetivo de ofrecer una alimentación que dejara satisfechos a sus clientes, pero también con el afán de brindar a las personas discapacitadas la oportunidad de trabajar en un entorno amigable. Fue inaugurado por familiares de personas con este síndrome, quienes se juntaron para fundar un proyecto que diera trabajo a sus hijos. Todos los camareros reciben un sueldo, y trabajan en promedio cuatro días a la semana. Su trabajo les proporciona mucha autonomía y satisfacción, ya que les permite hacer tareas por su cuenta. La posibilidad de ayudar en la integración de los trabajadores es, por supuesto, un elemento clave para los clientes que acuden con frecuencia a comer al restaurante. Tal ha sido el éxito de Girasoli que sus dueños ya planean abrir otra sucursal pronto.
Sin duda, esta es una fantástica iniciativa que demuestra que todos tenemos nuestro espacio en este mundo. Y no se trata de pensar que las personas con síndrome de Down (u otras discapacidades) también son personas normales; eso sería quedarse demasiado corto. El músico brasileño Caetano Veloso dijo en una ocasión que “de cerca, nadie es normal”. Y tenía toda la razón. ¿Alguien que se conozca un poco (sus manías, sus rarezas, sus cambios de humor, sus gustos extraños, sus fantasías inconfesables) puede afirmar honestamente que es una persona normal?
Se trata, pues, de fomentar nuestra propia “anormalidad”, de alimentar lo que nos hace únicos. Porque de cerca, nadie es normal.