Mientras en los foros occidentales se discute acerca de la conveniencia de perdonar la deuda externa contraída por los países menos desarrollados, esta mujer - al igual que muchas otras mujeres, hombres y niños de su país - sigue, un día y otro día, rompiendo ladrillos a martillazos.
Ella es una de las muchas mujeres de Bangladesh que se ganan el sustento golpeando ladrillos con un martillo, hasta convertirlos en grava utilizable en la pavimentación de carreteras.
Golpea los ladrillos que fueron desechados para la construcción, por haberse fragmentado durante la cocción en los hornos artesanos. Con su trabajo hace posible que se recicle el material.
Trabaja duro, desde el amanecer hasta el anochecer y sin apenas descanso. Suple, con su esfuerzo, la falta de tecnología en un país pobre, que necesita sobreexplotar a su mano de obra para mantenerse mínimamente a flote.
Rompe los ladrillos mecánicamente, con los ojos fijos en su mano y sin mirar hacia ninguna parte. Se protege del sol y de la lluvia con una vieja sombrilla hincada en la tierra.
Si le preguntas si le gusta su trabajo, seguramente te responderá con una tímida sonrisa. Y tú podrás entender que esa sonrisa, expresa su gratitud por disponer de un trabajo que le permite ganar su comida.
Si le preguntas si el trabajo la fatiga, es casi seguro que volverá a sonreírte. Y tú podrás saber que es incapaz de darte una respuesta que te permita comprender cuál es el valor que ella le otorga al concepto de fatiga que le planteas.
Porque ella sabe que su trabajo cansa, pero seguramente ignora que exista cualquier otro trabajo a su alcance que pueda cansarla menos.
Por eso te dirá, sin decírtelo, que es mejor que no preguntes. Te dirá que puedes tomar su fotografía si así lo deseas y, tímidamente, te dará las gracias por ello.
Te mirará a los ojos esperando que te lleves el recuerdo de su gratitud por haberte detenido a conversar con ella. Y esperará que sigas tu camino hasta donde sea que tengas decidido ir.
Y tu te irás. Y aceptarás, una vez más, que las cosas son como son y que no hay manera de que tú llegues y las cambies.
Pepe Navarro