Habana Vieja. Los viejos edificios, agobiados por el clima y por la falta de mantenimiento, se caen. Y, al desaparecer, crean espacios vacíos en medio de un paisaje que anhela rejuvenecer.
Montones de piedras y vigas sujetando estructuras peladas que no pueden ya dar cobijo a nadie ni sirven para nada.
Salvo para los niños del barrio. Que crean en ellos sus propios espacios de vida. Sus lugares de encuentro en los que corren, gritan y juegan a voluntad.
Juegan a esconderse y a perseguirse entre las formas diversas de la ruina. Y en ella encuentran siempre, cosas que les sirven para jugar a otras cosas diferentes.
Como jugar a béisbol, bateando bolas de ropa con palos de madera que fueron, en su día, parte de una mesa familiar.
Pepe Navarro