Los neandertales se extinguieron hace 45.000 años, pero no del todo. Algo de ellos queda todavía en nosotros, según un estudio publicado hace unos meses por la revista científica Nature. Según dicho estudio, los genes procedentes de los neandertales, que representan entre el 1,5 y el 2,1% del ADN del hombre actual, sirvieron al hombre moderno para adaptarse a los climas no africanos.
Estudiando los datos procedentes del genoma de más de mil personas europeas y del este de Asia, se observó que tenían una concentración mayor de lo habitual de genes neandertales de la familia de la queratina. Esta proteína constituye la capa externa de la epidermis, y es responsable de la resistencia del pelo y la piel, por lo que se cree que la mayor proporción de genes del hombre de neandertal pudo fomentar el nacimiento de vello corporal en los humanos para que se protegieran de bajas temperaturas.
Los datos que nos ofrece este estudio son altamente interesantes. En primer lugar, pueden servirnos como cura de humildad cada vez que sintamos la tentación de vanagloriarnos por algún éxito o cualidad innata, o cuando nos sintamos por encima de otras personas. Cómo vamos a ser superiores, si en el fondo no dejamos de ser unos pobres neandertales, como todos los demás.
También podemos reflexionar acerca de lo útiles que nos resultan los genes neandertales que poseemos. Quizá sea positivo a veces dejar aflorar el animal que llevamos dentro, el animal que en realidad somos. No se sabe por qué extraña razón, los instintos primarios y las capacidades sensoriales parecen estar mal vistos hoy en día. Y eso es un grave error, porque son la base de lo que somos como personas. Podemos y debemos crecer en cultura, en ciencia, en arte, en sabiduría. Pero si olvidamos el valor de la risa y el llanto, del placer y el dolor, si nos olvidamos de mirar y de tocar y de lamer, estamos destinados a convertirnos en unos monigotes sin alma. Vamos a respetar al neandertal que llevamos dentro: el mundo nos lo agradecerá.