El exteniente japonés Hiroo Onoda, que vivió escondido en la selva de Filipinas durante tres décadas sin saber que la Segunda Guerra Mundial había terminado, falleció este jueves en Tokio a los 91 años, informó hoy la cadena pública NHK. Onoda sorprendió a Japón con su inesperada aparición en 1974, cuando finalmente decidió abandonar su misión en la jungla y volver a su país.
Onoda llegó a los 22 años a la isla de Filipinas con la misión de introducirse en las líneas enemigas, llevar a cabo operaciones de vigilancia y sobrevivir de manera independiente hasta que en marzo de 1974, cuando tenía ya 52 años, recibió finalmente de un antiguo superior que se desplazó hasta la isla las instrucciones de que quedaba liberado de todas sus responsabilidades. Durante este largo tiempo, Onoda estuvo siempre convencido de que la guerra continuaba.
Es una historia fascinante, la de este soldado japonés. Y es una historia que se puede contemplar desde distintos puntos de vista. Probablemente, los primeros sentimientos que experimentemos sean la admiración por la disciplina llevada al extremo durante treinta años, y la pena por un tercio de vida echado a perder. Pero, desde otro punto de vista, también podríamos lamentarnos por la falta de iniciativa del soldado, por su incapacidad de tomar decisiones propias más allá de las órdenes. Y seguro que algunos dirían que no fueron treinta años malgastados: Onoda vivió una experiencia única en la historia de la Humanidad. Tuvo que aprender a vivir de nuevo, solo. Y lo consiguió.
Qué importante y qué difícil es saber encontrar en la vida el punto de equilibrio entre la iniciativa y la obediencia, entre el acatamiento a las normas y el saber romperlas cuando es necesario.