Nagoro es una pequeña aldea en las montañas en la isla japonesa de Shikoku donde hace más de 18 años que no nace un niño. Está situada a 1.954 metros de altura en medio de las montañas del valle de Iya. Su ubicación hace que, acceder a este recóndito lugar no sea una tarea nada sencilla por lo que, sus habitantes han ido emigrando hacia otras zonas.
Hace 60 años Nagoro tenía cientos de habitantes, había trabajadores, niños, vida pero ahora, son un poco más de dos docenas los adultos que viven en este reducto de tierra. La escuela primaria cerró sus puertas en 2012, poco tiempo después de que los últimos dos alumnos terminaran el sexto grado. Pero lo curioso de este pueblo no es el éxodo rural que muchas otras zonas han sufrido. No, no. Lo verdadero curioso es el proyecto que empezó Ayano Trukimi, una vecina de la aldea de 67 años que también emigró en su momento pero que volvió a la aldea para cuidar de su padre. Fue a su vuelta cuando se percató de los desolada que estaba su aldea natal y, en 2003, decidió devolverle la vida a la aldea. ¿Cómo? Plantando semillas que nunca llegaron a germinar, así que decidió darle un empujón a su proyecto de agricultura creando espantapájaros.
Lo que comenzó como un proyecto de espantapájaros terminó por alargarse en el tiempo y Tsukimi fue creando una comunidad entera de muñecos a los que dotaba de personalidad, profesión y un rol vital en Nagoro. Así pues, se le ocurrió reemplazar a los residentes por muñecos.
“Quería que hubiera más niños porque así la aldea sería más alegre así que yo hice a los niños”, señaló Ayano.Actualmente la aldea cuenta con 379 habitantes: 29 humanos y 350 muñecos. Esta iniciativa ha vuelto a poner a Nagoro en el mapa acogiendo a forasteros, curiosos y viajeros que son recibidos por muñecos que están labrando el campo, sentados en una parada de autobús, pensando, estudiando en la escuela infantil, cocinando.... Los muñecos son, en palabras de su creadora, como sus propios hijos. Una historia curiosa que nos recuerda que la soledad no voluntaria es muy dura llegando a agudizar nuestra creatividad para paliarla.