Prodigios

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Michael Andreas Häeringer es un niño de doce años. Un niño como todos los demás, salvo por una singularidad: tiene un talento extraordinario para el piano. Desde muy pequeño, tocar el piano es para él una necesidad. Su madre lo contaba hace ya unos años: "Si le quito el piano, llora sin consuelo. Si le digo '¡basta!, no tocas más' se entristece. Es un castigo para él. ¿Qué voy a hacer?"

Michael Andreas, nacido en Barcelona, desciende del pianista y compositor húngaro Franz Liszt y la pianista alemana Sofia Menter. Ahí puede encontrarse la explicación de su talento, ya que sus padres no tocan ningún instrumento. Sus profesores quedaron impresionados desde el primer día que empezó a asistir a clases. A los seis años ya creaba sus propias composiciones, y ha actuado con gran éxito en Salzburgo, en Lucerna, Munich o Berlín. Actualmente, ya empieza a componer para orquesta.

En los últimos años han cambiado algunos aspectos de su vida. Michael Andreas ha dejado el fútbol, y ha montado un grupo de hip-hop -cuatro chicas y él-. Le gusta charlar con su amigo Milan, comer lenguado, rapear o escuchando a los AC/DC, Rihanna y Alicia Keys (aunque sus ídolos siguen siendo Beethoven, Chopin y Haydn).

Un niño prodigio. Qué maravilla. Hacen bien sus padres y sus profesores cuidándolo, porque con su talento puede alcanzar grandes metas. Sin olvidar, eso sí, que lo más importante es que sea un niño feliz, aunque ya no juegue a fútbol: que pueda seguir disfrutando de sus amigos, cantando hip-hop o comiendo lenguado. Y todo lo dicho anteriormente debería servir para todos los niños: haremos muy bien los padres y profesores cuidándolos, porque todos tienen algún talento especial, gracias al cual podrán alcanzar grandes metas, siendo a la vez niños felices. Porque no existen los niños prodigio. Lo que ocurre es que los niños son un prodigio.